Hoy jugamos a: Trophy Dark. El diario de Neven. II

Conclusión del diario de Neven, parte I.

 Tras conseguir llegar a la zona elevada nos tomamos un respiro, mientras el sonido de los insectos seguía incrementándose, hasta alcanzar niveles verdaderamente molestos. Las nubes de insectos se interponían en nuestro camino, por lo que tras concluir el breve respiro, decidimos abrirnos paso con nuestras antorchas. Conseguimos prenderlas pese a la humedad del ambiente. Entonces dudamos si
nos ayudaría en nuestra tarea, vista la mala fortuna que experimentábamos, entregar algo de nosotros al bosque. Los insectos formaban un muro natural y apenas podíamos cruzar, pero lo conseguimos, no sin que estos se introdujeran en nuestros ojos, oídos y  boca. Tras una eternidad, conseguimos llegar a una zona despejada.

La ciénaga concluía y surgían las rocas desnudas, tranquilizadoras tras casi haber perecido ahogados. Parecía un buen lugar para descansar, toda vez que comenzaba a anochecer. Era la noche del tercer día y nos llamó la atención que la zona estaba rodeada por unas estatuillas votivas femeninas. A mi me recordaron a la patrona de los mercaderes y Esfahen también sintió aflorar un recuerdo cercano, relacionado con un sello protector. ¿Sería necesario dejar alguna ofrenda? Así lo hicimos, yo dejé algo de dinero, como buen mercader, y Esfahen su libro con signos cabalísticos. Aunque yo entonces no me di cuenta, ahora lo sé con claridad. Sigan leyendo hasta el final si quieren saber por qué.

Mientras montábamos el campamento comprobamos que aquí hubo anteriormente otra expedición formado por una docena de personas. Estaba parcialmente cubierto por musgo. Entre los harapos putrefactos, las piezas de equipo y los despejos, se percibía un intenso olor a almizcle, por lo que dudamos si algún animal era el responsable de lo sucedido.  Tras revisar todo para descargar cualquier peligro, Esfahen se ofreció a hacer guardia. No cumplió su promesa. Tampoco entonces lo supe, pero ahora sí. Y me alegro de haber tomado la decisión que finalmente tomé. La noche fue horrible por el dolor de las picaduras, la fiebre y las pesadillas que hicieron que nos levantásemos extremadamente cansados.

Día 4.

Amanecía el cuarto día y nuestros rostros estaban muy afectados por las picaduras. En el caso de Esfahen, tenía la cara llenas de granos y pústulas sanguinolentas. Procedió a curarse con sus medicinas a escondidas. En esta ocasión sí que le vi. No me ofreció la menor ayuda para mis inflamaciones, cosa que fijé en mi memoria. Empecé a odiarle. Solo un poco. Pero fue suficiente para que prendiera una llama en algún lugar de mi mente que no conocía ni sabía que existiese. O quizás si lo supiera. No lo tengo claro. 

Tras curarse Esfahen estuvo rebuscando entre su equipo hasta encontrar algo que le recordaba por qué estaba aquí. Sacó un ágata con runas que había encontrado en la mina y le sugería algo poderoso y antiguo. Todo ello le había llevado a dejar su oficio para conocer más sobre esa piedra preciosa, pues consideraba que era la llave para acceder al lugar donde estaba el conocimiento. Su mirada y actitud cada vez me parecían menos de fiar. Creo que estaba loco. Por mi parte, apretaba fuertemente en mi mano la argolla con el sello nobiliario de Lord Haffir. Me recordaba algo doloroso, mi pasado como esclavo. Me daba fuerzas para acometer mi tarea.

Cuando nos marchamos de esta zona rocosa la sensación de debilidad era notable, parecía como si hubiésemos pasado unas fiebres. Pero recordar me daba fuerzas y las estatuillas votivas nos recordaban que íbamos por el buen camino hacia la catedral del bosque. Seguimos avanzando y a lo largo del día llegamos a un estanque de unos diez metros de diámetro en una zona húmeda y musgosa. Al acercarcanos al agua vimos que algunas zonas del borde estaban llenas de huevos de rana del tamaño de uvas. Yo me puse muy nervioso, no soportaba el contacto con el agua y decidí alejarme. Esfahen me siguió. Cuando avanzamos unos metros constatamos lo acertado de nuestra decisión, pues algunas sombras de gran tamaño se estaban moviendo entre la maleza, quizás los progenitores de los seres de la charca.

Nuestros pasos siguieron el sendero hasta una zona en la que se veían unos enormes cipreses retorcidos y cubiertos de musgo. ¿Quizás esta era la catedral? Yo sabía que sí. Y sabía que tenía que llegar el primero. Así que eché a correr hacia los cipreses para comprobar que estos formaban una estructura enorme. Lo que llamaban catedral era una construcción hecha de árboles con aspecto huesudo. Alcanzaba a ver los reflejos de colores en el musgo y los ventanales cubiertos de vegetación a modo de vidrieras. Ya no había duda. Esta era la catedral. El verde del musgo intensificaba los colores que yo percibía. Mientras, Esfahen escuchaba voces y una leve brisa le alcanzó, proporcionándole una visión fugaz, donde una figura femenina de un pedestal le mostraba una senda oculta que se abría bajo un pequeño estanque. Tampoco lo supe entonces, pero ya tenía claro que no era alguien de fiar. Estaba siendo tentado por el bosque para impedirme realizar mi misión. Eso, por supuesto, no iba a suceder.


 

Estaba a punto de llegar en mi alocada carrera a la entrada de la catedral cuando un ser gigantesco se cruzó en mi camino. Un venado de tamaño colosal, con casi cinco metros de altura, cubierto de musgo y bosque, me cortaba el paso. Cada vez que respiraba emitía esporas y un olor nauseabundo. El animal me miró con una inteligencia que parecía humana y entonces lo entendí todo. Él me miró y yo le devolví la mirada. Y se lo expliqué todo. Le ofrecí todo. El Gran Venado, pues ese era su nombre, como me comunicó, supo que yo estaba dispuesto a ser un fiel servidor del bosque a cambio de participar de sus riquezas, pues necesitaba ayuda para mi venganza. Una voz ronca resonó en mi cabeza y me pidió entregarlo todo, si es que estaba dispuesto a enfrentar las consecuencias. Yo sabía que en toda transacción siempre puede perderse algo, pero yo estaba dispuesto a arriesgarlo todo. Solicité ayuda, quizás por última vez, a los dioses. Formulé mi respuesta. 

El Gran Venado contestó. Bajó la cabeza y se retiró de mi camino. Había aceptado y yo me sentía extraño. Bajé la vista y comprobé que mis manos empezaban a cambiar y se estaban transformando en algo distinto que me hacía perder cierta movilidad, pues poco a poco iban tomando la forma y textura de la madera. El resto de mi cuerpo experimentó más cambios, pues empecé a notarlo más rígido y brotaron algunas pequeñas ramas. Era evidente que se estaba iniciando mi transformación en un servidor del bosque. No podía perder tiempo, pues la sensación de pertenencia, de haber vuelto a mi hogar, de estar en casa, aumentaba. 


 

Cuando Esfahen llegó a mi altura, alcanzó a ver el estanque de sus visiones. Cogió agua de allí y me la ofreció. Valiente hipócrita. Cuando la tomé noté un cierto freno a los efectos de la transformación. Pero sabía que eso no era ni duradero ni deseable. El proceso debía seguir adelante, pues me permitiría cumplir mi misión. Por ello no tardamos en dirigirnos a la entrada de la catedral. Entre las ramas conseguimos ver un altar de hierro, estatuas y un gran espacio. El acceso era difícil pero Esfahen realizó un ritual para crear un muro y acercarnos. El tramo final lo completamos con mis cuerdas, mientras Esfahen se ponía nervioso pues al realizarlo se había hecho un feo corte en el brazo y pensaba que había atraído a una presencia indeseada. Finalmente subimos el último tramo con las cuerdas, momento en que perdí mi oro y una carta de recomendación, que ya de poco servirían en estas circunstancias, pues mi brazo izquierdo estaba volviéndose más rígido.

La catedral

Finalmente conseguimos acceder al interior de la catedral. Amplia, majestuosa y con un altar de hierro rodeado de estatuas femeninas alineadas. Allí empezamos a notar algo que nos nublaba la mente, generándonos un cierto adormecimiento. Yo solo podía pensar en mi necesidad de riqueza, no para mí sino para mi venganza. Me lancé a rebuscar en el altar de hierro y entonces perdí de vista a Esfahen. Mientras rebuscaba en el altar una figura etérea apareció a mi lado. Era una mujer de belleza sublime que me susurró al oído justo las palabras que yo necesitaba oír, "mátalo". En ese momento busqué a Esfahen con la mirada y lo vi hablando con una figura espectral grotesca. Escuché perfectamente cómo la bella mujer me susurraba "le está diciendo cómo conseguir el tesoro de la catedral". Esa fortuna era la que yo necesitaba para contratar los ejércitos que necesitaba para mi sublevación. Ese era el dinero que yo requería para comprar voluntades, reyes y condes. Finalmente, la etérea dama me dijo que ella me podía decir cómo conseguir el tesoro, a cambio de sangre. Y desapareció.


 No lo dudé. Decidí dispararle por sorpresa, de forma traicionera, con mi arma de fuego. No tendría ninguna posibilidad. Me encomendé a los dioses para traicionar todos los juramentos y votos de la religión. No importaba, pues tantas veces les había fallado, y tan poco se habían acordado ellos de mí, que ya no era un problema. Esfaher se acercó dudando, mientras andaba despacio en dirección al altar. Yo lo observaba mientras acariciaba mi pequeña arma de fuego, oculta entre mis ropajes. Una vez que estuve frente al altar, aproximó su hombro y hurgó en su herida con la mano para verter su sangre.

En ese momento yo disparé. El arma cayó al suelo tras el disparo. También el cuerpo de Esfahen, impactado de pleno en la cabeza. A la par, una de mis piernas se tornó más rígida. Esfahen, mi antiguo compañero, quedó tendido sobre el altar. Su sangre brotaba y cayó por unas muescas, acumulándose en un receptáculo. Cuando este se llenó, un estruendo de rocas moviéndose desplazó el altar y reveló una entrada a una oculta cripta. En ella estaba el tesoro. Jamás pude imaginar que este era el Santo Grial. En el momento en que cogí la copa, el Gran Venado entró en la catedral, recogió entre sus astas el cadáver de mi compañero y abandonó la catedral. Todo había terminado.

Epílogo escrito con una letra casi ilegible en hojas repletas de musgo.

En los meses siguientes el rumor de que un santo había aparecido en la catedral del bosque se extendió por los alrededores, congregando un gran número de fieles. El culto al ser del bosque, presentado con una túnica y una cornamenta, no hizo más que crecer. Este ser se presentaba ante sus fieles portando un objeto dorado del que no se separaba. Pronto se rumoreó que ese objeto era el Santo Grial. Pronto el culto y credo se extendió y todos tuvieron claro que "aquel que le sirve, vivirá". Este culto, cada vez más extendido, comenzó destruyendo iglesias y ermitas cercanas. Posteriormente conquistó algunas ciudades y finalmente derrocó a las autoridades de la región. Pero ese fue solo el principio. El culto se enfrentó a todo aquel que desafiara al nuevo Dios. Lord Haffir también pereció en el intento. Así concluyó su venganza aquel que una vez fue conocido por Neven.

Nota del copista

El resto del diario, muy extenso, es incomprensible por los caracteres empleados e ilegible, pues está casi completamente tapado por el musgo. Aquí concluye la transcripción de la parte que podemos comprender. El cómo ha llegado este diario a nuestras manos desde tierras tan lejanas será explicado en otra ocasión, pero el comercio hoy día ofrece grandes posibilidades para obtener bienes de tierras lejanas...



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